domingo, 20 de diciembre de 2015

¿Cómo puedo Saber de ti?


Sé que estas, pero no sé cómo.
Sé qué haces, pero no sé que
Sé que vives, pero no sé cómo.
Sé que sales, pero no sé a dónde.
Sé que ríes, pero no sé de qué.
Sé que sueñas, por no sé de qué.
Sé que lloras, pero no sé por qué.
Sé que sientes, pero no sé cómo.
Sé que amas, pero no sé a quién.
Sé que odias, pero no sé por qué.
Sé que hablas, pero no sé con quién.
Sé que vives, sientes, amas, lloras, ríes, sueñas, pero no conmigo.
¿Cómo puedo saber de ti? ¡Muero por saber!




viernes, 11 de diciembre de 2015

Si me Borras a mi, Te borras Tú!

Siempre he visto por él. Como un ángel de la guarda, en cada tropiezo, encontró en mí a un brazo fuerte que lo sacara del hoyo que se había metido…

         Así crecieron Manuel y Adolfo. Hermanos de la misma madre, Manuel era quince años mayor. Desde chico Adolfo vio a su hermano hacia arriba y de todos lados, siendo éste más que un súper héroe en su vida. Una figura de acero con basamento de concreto. Hecho con un molde, que además de extraño, no es fabricado ya más. Desde su adolescencia su hermano menor fue motivo de preocupación, y no siendo su único hermano, éste le causaba un sentimiento especial. Solo bastaba una mirada del niño Adolfo, para que el adolecente Manuel dejara cualquier ocupación, deseo y entretenimiento para correr a atenderlo. Así creció Adolfo con esa gran figura casi paterna, y digo casi por que su padre era un buen señor, pero hasta ahí. Humilde emigrante con poca educación formal y mucha fuerza para trabajar.
Causando envidia con sus hermanos mayores, Adolfo siempre gozó de la sombra abrazadora y protectora de Manuel, y que viniendo de una figura de acero con cimiento de concreto, por más lio que se viera metido, lo sacaría a la velocidad del rayo.
Así los hermanos crecieron. Juntos vieron el crecer de sus familias y el morir de sus padres.
Estos hermanos siempre unidos, con una mecánica repetitiva del mayor estar salvando al menor, se convirtió en costumbre. Adolfo emprendiendo y fracasando y Manuel al pendiente y salvando.   
Una y otra vez, la tercera fue la vencida. Adolfo se hizo importante en su ramo. Su carrera fue exitosa al grado de olvidar quien lo  puso en ese camino, y no nada más eso, sino quien había sido ese brazo que lo había sacado de tantos y tantos descalabros.
Manuel removido de la empresa por su grandioso y poderoso hermano menor. Argumentó que ya era anticuado y nocivo. Olvidó quien en un principio lo metió.
– ¿Se lo digo? ¿Entenderá solo? ¿Cómo se atrevió? ¡Borrarme, así nada más! – Tantas preguntas pasaron por su mente sin ni por un minuto arrepentirse de todo lo que había hecho por él, su integridad se lo impedía.
Adolfo creció a la sombra de Manuel y ahora pretendía bórralo, como si nada hubiera pasado. Ahora la importancia y abundancia que le rodeaba lo hacía pensar que esa sombra que tantas veces lo acobijó, ahora no era más que un lejano recuerdo que se desvanecía se sus pensamientos. Manuel ya no formaba parte de ellos.
Más años pasaron, distanciados uno del otro. El mayor se vio en sus últimos respiros. Borrado de la lista del Adolfo, había pasado muchos años, solo sabiendo de oídas que su hermano llevaba una vida buena y estable. Paso sus últimos años con sentimientos encontrados. Tristeza de haber sido borrado y alegría del bienestar de su hermano.
En su lecho de muerte y rodeado de toda su familia Adolfo se presentó a despedirse. Cabizbajo y apenado se acercó a Manuel, este lo tomó de la mano. ¡Sintió paz! Tenía a su hermano junto a él, después de tantos años. -¡Si me borras a mí, te borras tú!- Le dijo con el poco aliento que le quedaba. Y llorando a lado de su hermano, lo vio morir.
Tatuadas en su mente estaban las últimas palabras de su hermano. No las entendía. – ¿Cómo que si lo borro? ¿Borrarlo de qué? ¡Él tenía sus cosas y yo las mías! ¡Yo no lo borré de ningún lado! ¡Lo extraño!...-pensaba. Los días pasaban y seguían estas palabras como enjambre de abejas en sus pensamientos. No estaba en paz, no se sentía bien. Recordó aquel día años atrás y lloró.
Nunca se detuvo  a pensar que efecto había causado en su hermano, y ahora ya no podía pedir perdón. Lo borró y sin darse cuenta se había borrado a él mismo. – ¡Yo soy lo que él hizo de mí! ¡Yo soy él! ¡Que ingenuo!- Concluyó.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Vida que va muriendo.

El ruido de la ciudad lo mataba. No se daba cuenta pero cada día moría. Poco a poco su vida se consumía con el pasar de los coches y el smog que tanto le molestaba aspirar. Nunca pudo cumplir su sueño. Estancado como pilar de muelle, Rodrigo vivía, o más bien moría cada minuto que respiraba. Sobrevivir la rutina era su lema diario. Desde el sonar de su despertados 6.15 am hasta que apagaba e televisor a las 10.pm, pasaba las horas en la soledad de su vida, misma que se resumía a ir y volver del trabajo.

Trabajar para sobrevivir, solo para poder pasar el día, comprar lo mínimo necesario para techo, ropa y alimento. 



Pasaba el día frente al monitor de una computadora, con su diadema puesta atendiendo llamadas de clientes insatisfechos. Irónicamente como si su insatisfacción no era suficiente. “Al menos ellos tienen un número al que llamar” pensaba, sabiendo que la suya no había línea 1800 para desahogarse. Muerto en Vida… ¡Vida que va muriendo!



A sus 26 años de edad solo contaba con su hermana, sus padres habían muerto antes de su tiempo en un accidente, ellos eran muy pequeños. Al cuidado de su tía Elisa, crecieron hasta que ella sin fuerzas y muy anciana, también dejo de estar en este mundo para pasar a uno mejor, según dijo en su lecho de muerte. Sin contar aun con la mayoría de edad se encontraron solos y con la idea clavada como astilla en el corazón, que al morir irían a un lugar mejor. Vivir muriendo.


Cecilia había logrado graduarse, al igual que su hermano, ambos eran actuarios de profesión. Solo que ella, siguiendo a su novio salió de la jungla de concreto hacia la provincia en busca de un futuro menos gris, mas verde y holgado.

Solo, en esta vida que va muriendo, Rodrigo deambulaba por las calles. Reservado y solitario desde su pequeño departamento caminaba hacia el metro, donde al transbordar dos veces lo dejaría a unas cuantas cuadras de su trabajo, pasando antes a comprar un café, lo tomaba muy dulce, siendo este el único  sabor en su vida que va muriendo.

Sentado en su cubículo su paisaje era ese inmenso reloj al final del pasillo, marcando las 8.00 am. Contestaría la primera llamada incongruente y contradictoria a su vida, o más bien al camino a su muerte. Mirando el reloj cada oportunidad que tenía, solo esperaba que marcara la 13.00 pm para poder salir a tomar su lunch. Una pequeño box que contenía un sándwich de queso y una lata de refresco. Y con 30 largos minutos para ingerirla, 13.30 pm estaría listo para recibir la siguiente queja y registrarla. Pasando los minutos, observados por Rodrigo, si no todos la mayoría de ellos, a la marca de las 16.55 concluiría con sus llamadas para, en los 5 minutos restantes de la jornada, enviar todos sus reportes atendidos. Al terminar, salia dirigiéndose a su casa haciendo exactamente la misma rutina matutina, así que su regreso le resultaba idéntico solo que al revés.

No fue hasta un bien día que conoció a Estela. Tenía el mismo lunch box que él y se disponía a comérselo. Rodrigo no intentó contacto con ella, pues sentía que no tendría ningún interés en él. Y sin la confianza y valor de unir por lo menos tres palabras que hicieran una frase, decidió mejor no decir nada, por más que los ojos de Estela le parecieran como dos perlas, su presencia una luz entre la obscuridad, ademas de mil colores al aburrido gris que su vida captaba siempre. La miró bien, vestía muy primaveral para la temporada de invierno. Un vestido largo y sin magas lleno de flores rojas. Calzaba alpargatas de piel entrelazada, dejando ver casi su pie completo. Cargaba una bolsa de mimbre grande y decorada con una enorme flor de terciopelo azul.

Sin embargo, para Estela era todo diferente. Rodrigo le pareció un tipo como todos los demás, ni guapo ni feo. Su instinto curioso no la dejó irse sin al menos saber quién era y que era lo que hacía.

-M mm siempre el mismo sándwich… ya es hora que lo hagan diferente, ¿no crees?- Rompió el hielo Estela para iniciar una conversación mientras masticaba el inicio de la segunda mitad de su humilde comida.

- E e e ¡Pues sí! El mismo- Contestó  Rodrigo sin tener una postura firme sobre el tema, nunca se lo había cuestionado. Para él, era el medio de solo no tener hambre.

-Pues no sé qué opines, pero para mí ¡esto es una vergüenza! Y no es justo que nos traten así, les damos los mejor de nuestros días. Y si quieres que oigamos esas malditas quejas todo el día con atención, por lo menos que nos den bien de comer. ¡Por cierto me llamo Estela! ¿Tú?

-Yo, opino igual…

-No. ¿Digo que como te llamas?

-A a a Rodrigo.

-¡Mucho gusto Rodrigo! Soy de la sección 5 por si un día quieres venirme a visitar…

Fue muriendo un poco más mientras los días pasaban, por mas ganas que tuviera no encontraba el valor de buscar a Estela. La sección 5 tendría que estar a unos cuantos metros de él, puesto que el formaba parte de la sección 4. No la topó otra vez a la hora de la comida. 

Aunque hacia lo mismo, para él su vida monotona, desde esas breves palabras con Estela, ya no se sentía igual. Sin darse cuenta, y por primera vez, despreció la comida que le dieron, deseando algo mejor. Por tramos dejó de usar el metro para poder caminar y apreciar las calles, sus edificios y camellones, aunque llegara mas tarde a su casa, igual allá nadie ni nada lo esperaba. Se levantaba por las mañanas con otras ganas, y pensaba: ¡Hoy se de seguro la encuentro! Generando una ilusión. Poderosa fuente de energía que, además de eliminar la monocromía de su vida, lo impulsaba a romper esa rutina aburrida y a desear… algo más, algo mejor. En este mundo y no allá.

Ahora y no en un mejor lugar, como dijo su tía en su lecho de muerte. Recordando los ojos de Estela, aseguraba que no había mejor lugar que este, donde estuviera ella. Contradiciendo esa idea clavada que todos los días se moría un poco y cambiándola a que todos los días se vivía un poco. 

Así como lo negro se hace blanco y lo salado se puede convertir en dulce, su vida dio un gran giro. Se levantaba todos los días un poco más temprano para arreglarse un mejor. Se percató que su ropa era anticuada, decidió además de ponerse en forma, tendría que comprar ropa nueva. Un cambio de look completo. Preparado para su encuentro con Estela, que sin fecha agendada y cierta, él estaría preparado viviendo un poco más cada día.

Al pasar del tiempo, el Rodrigo reservado se había convertido en amiguero y excelente conversador. De ser solitario, a diario era incluido en actividades organizadas al término del horario laboral a las que acudía con frecuencia. Descubrió que detrás de esa bebida amarrilla y llena de espuma, además de un sabor refrescante, tenía un imán de amigos al solo sostener la botella en su mano y más de una ocasión, por horas sin darse cuenta, tenía la misma botella vacía. 

No fue hasta una de estas excursiones nocturnas con sus compañeros de trabajo, que decidió preguntar si alguien conocía a Estela, ¡Si la de la sección 5! Sus ojos de perlas hermosas, no los había logrado borrar de su mente y sueños. Seguía siendo su motivo e inspiración del arreglo diario. 

La respuesta fue constante e igual por todos:

¿Estela? ¿Sección 5? ¡De que hablas! No existe tal… ¡Solo hay 4 secciones!