viernes, 29 de enero de 2016

Mi Historia… Mi paz.



¡Haz la paz con tu vida!

Vi un post en alguna red social ¡qué tontería! Pensé. Pues claro si yo hubiera tenido un papá rico, otra vida hubiera sido. Tantos años de sobarme el lomo trabajando… ¿de qué paz hablan? Claro también si no hubiera conocido a esa mujer que me quitó los mejores años de mi vida, ¿cómo no me case con juanita mejor? Me lo habría preguntado mil veces los últimos años. Paz ¿cómo? La vida tiene tantos sufrimientos, no alcanzas a pararte cuando ya estas otra vez perdiendo el equilibrio.

63 años pasaron ya de mi nacimiento, ¿en que momento me hice abuelo?… ¡apenas ayer fui padre!

Con cuatro hijos y trece nietos sigo teniendo ese dolor de estomago que no me deja vivir, ¿será que se acerca mi final?  ¡No quiero morir solo! Soy el único habitante de mi departamento. yo y mi alma, salvo lucha que viene a ayudar con los quehaceres tres veces por semana.

Años atrás me había divorciado. Un matrimonio que además de durar poco, lo suficiente para engendrar a cuatro criaturas, fue muy tormentoso. Me arruino la vida. De seguro si me hubiera casado con Juanita no estaría así.

Veterano y solo me encontraba un buen día que mi hijo el mayor paso a visitarme, raro en ellos ya que viven de prisa y con tantas ocupaciones. Comemos esporádicamente en tertulias monologas donde la única expresión la veo a través del reflejo de la pantalla de sus Tablet o Smartphone. Y así con la mirada hacia abajo, zombis y en un mundo tan lejano al mío, pasan un rato en mi compañía.  La realidad es que por más solo que me sentía nunca lo estaba, mis hijos y nietos me veían mucho, dos de ellos incluso los veo por las mañana en el trabajo, me han suplido en el despacho de manera brillante. Mi carrera como abogado hasta ahora ha sido buena.

Labrando mi provenir desde muy joven, mi lucha había sido ardua e incansable. Trabajando de sol a sol había sacado adelante a mis hijos y por qué no decirlo, mantenido a mi ex mujer. Desde nuestra separación no hemos intercambiado más palabras que para faltarnos al respeto y amargarles la vida a nuestros hijos, que con tanta incomodidad decidieron alejarse de ambos. No soltamos, no dejamos ir y no perdonamos.

La paz, palabra mágica y significada no conocido por mí, por más logros, planes o aventuras, no llegaba. Simplemente el hecho de arrepentirme por tantas cosas me daban un malestar indescriptible. Por maldecir a la vida por los caminos que me había llevado. Una ceguera colorida y con texturas ambiguas y amorfas que no te permite distinguir ni gozar, ni mucho menos amar. Agradecer lo vivido y el despertar de cada mañana no estaba en mi vocabulario ¿cómo estarlo? si en mi diminuta conciencia, la palabra vivir era meramente respirar, ver y probablemente tocar y por supuesto esta última sin sentir.

Haz paz con tu vida, palabras que sin querer agrandaron, no mucho, mi mente. Sentí un espasmo momentáneo donde algunas texturas comenzaban a tener formas. Las primeras de ellas mis hijos, los vi en mi mente y creo que por primera vez  en una especia cortometraje desde su nacimiento hasta el día de hoy, los gocé. Ellos eran reales en mi vida y entendí que no los cambiaría por nada en el mundo. Hable con cada uno de ellos, y por primera vez me escucharon decir que el que hayan nacido había sido lo mejor que me había pasado, y claro el haberme casado con su madre, por ende, había sido la mejor decisión de mi vida… Y así Juanita salió volando de mis pensamientos como un ángel habiendo cumplido su cometido. Hice las paces con mi vida, con mi historia. ¡Mala o buena! ¿Qué importa? Al menos ahí estaba, mirándome frente a un espejo, una realidad oculta por tantos años.

Hice las paces con mi historia, con mis errores y con mis fracasos. Ellos me habían formado y llevado a amanecer cada mañana vivo. A seguir trabajando por mí, por ellos. A tenerme y a tenerlos.

Mi vista había ahora reconocía colores y texturas nuevas para mí. Como ciego que recobra la vista, sonreí y suspire. Sentí paz, mi estómago estaba ligero y listo para seguir. Mi cuerpo pedía más vida y mis ojos más texturas, salir, gozar. Volver a empezar.


¡Haz la paz con tu historia! Sin ella no fuimos, no somos… nunca seremos.

miércoles, 20 de enero de 2016

El equilibrista





La cuerda esta lista. ¿La altura? ¡Muy alta! No veo hacia abajo solo camino por ella. Nunca uso un arnés, mi carácter aventurero e intrépido me obligan a andar por ella al filo del peligro. No ando ligero, por el contrario, soy de los que llevo mucho peso. En mi mochila voy metiendo piedras lo que lo hace más interesante. Una por cada pensamiento o proyecto nuevo. Se van apilando generando que mi equilibrio se vea mas comprometido, y al paso de mis proyectos y responsabilidades, mi mochila está siempre muy pesada

en un principio se me dio la opción de colocarla muy cerca del piso y andar en ella muy bien amarrado y ligero, mas no es lo mío. Miraba a lo alto y visualice mi cuerda allá arriba, lo mas alto posible y por que no llevando todo conmigo.

Siempre vi esa azotea desde abajo y soñaba con alcanzarla, cruzar de un lado a otro. Llegar al otro lado sano y salvo. Caminaba de una esquina a otra preparándome para ese gran cruce. Viéndolo siempre desde abajo y preguntándome cuándo seria mi momento?

Recuerdo lo alto que se veía, de niño todo lo ves grande. Al pasar de los años comenzó a verse más alcanzable el cruce. A medida que mi preparación avanzaba, cada ciclo cursado, libro terminado y experiencia vivida, esa azotea bajaba más al piso o el piso subía más a ella. Cada caída o tropiezo en mi preparación era un paso más, por más doloroso que fuera, la idea siempre es levantarte lo más rápido posible. No es como te caigas, es más bien, la forma en la que te levantas. 

Parte importante era tener un nido. Crear un lugar seguro. ¡Tener algo! Poder practicar para lograr llegar al otro lado, prepararme dotándome de todos los elementos necesarios para tener ese equilibrio en mi cuerda, que cada vez y sin saber el porqué, pasaba por esa esquina y crecían pisos a los edificios donde sería colocada. Al paso del tiempo también la calle se hacía más ancha y a medida de mis pensamientos, ambiciones y aspiraciones mi mochila pesaba más y más. 

Tenía que hacerlo, llegar sano y salvo y lo más importante: no dejar nada atrás.

Pasaron los años y mi preparación estaba casi lista. Para ese entonces ya los edificios estaban altísimos y la calle, si se podía seguir llamando así, muy ancha. Sentía que aún no estaba listo para el cruce, mi preparación no estaba completa y en mi mochila aun había lugar para más. 

Esta vida llena de cosas hace mi travesía más y más difícil, obstaculiza mi camino turbando mi tranquilidad. Además pone en riesgo mi equilibrio con tantos pensamientos e inconformidades ¡Hay tanto ya! Que no sé qué quiero, cuándo lo quiero y si realmente lo necesito. 

Decidí llevar a mis hijos conmigo, al igual que mi mochila conteniendo mis pensamientos, deseos y aspiraciones. Estarían en mi espalda mientras quepan. Quería que en sus primeros años disfruten de la vista y la brisa del viento en un lugar seguro. Sin complicaciones o frustraciones a la medida de los posible. En mi emprenderían sus primeros intentos, así que su seguridad dependería de mi equilibrio.

¡He practicado tanto! ¡Estarán seguros! 

Ahora solo tenía que asegurarme que así sea, que su cuerda en el momento indicado, también sea colocada en lo más alto, que su mochila esté llena de tantas ambiciones y deseos como pensamientos en su mente. Que su equilibrio nunca se comprometa con malos caminos, malos hábitos. Y su cruce sea pacífico y lleno de amor y prosperidad.

Tuve la suerte de verlos cruzar, a cada uno de ellos. No me había percatado pero mi pelo estaba muy blanco, mi cara arrugada y mis piernas apenas podían sostener mi mochila. Fiel compañera de vida aun albergabdo un solo deseo, un solo pensamiento y una sola ambición: ¡Morir en paz! sabiendo que mis hijos estarán viendo a los suyos cruzar sanos y salvos, a lo alto y a todo lo lejos que sus deseos lo permitan.