Las tardes de viernes en mi trabajo
siempre eran muy aburridas. Esperar a que el reloj marque las seis de la tarde,
era toda una agonía. Colgado en la pared
conservo un reloj de manecilla, mil veces he tratado de quitarlo, pero se
aferra a ella como si fueron creados juntos. El pasar de los segundos activan
un dilatar de mis pupilas uno a uno, como si el mecanismo del mismo se hubiera
trasladado a mis corneas, es insoportable. Muchas veces giro sobre mi silla y
veo la calle, la gente. He llegado a contar la cantidad de coches y sus
colores. He descubierto con que puntualidad llegan unos y se van otros todos los
viernes a la misma hora.
Solo tuve que mirar un poco más
arriba, la esquina del piso 19. Justo a las cinco y puntualmente se prendían sus
luces. Ahí estaba ella, regresando a su silla después de haber activado un
interruptor que me abre el telón a todo un espectáculo. Y así, cada semana,
desde poco antes de las cinco de la tarde y en cuenta regresiva comienzan desde
la tercera llamada hasta la que anuncia el inicio de la obra que me lleva a
pasar la ultima hora de la semana y un poquito más.
Llegue a conocer sus movimientos
a la perfección. El mover de sus brazos cuando habla por teléfono, su caminar manoteando
rodeando su escritorio cuando entraba en alguna acalorada discusión. Supe también
que pedía de comer y de tomar y hasta como pedía su café, llevado a la misma
hora de la tienda de abajo.
Sentí una gran liberación de
cosquilleo del segundero en mis ojos, por fin ese reloj se había desincorporado
de mis corneas. Verla era el pico de mi
semana y de mis días. No sabía su nombre pero sentía que conocía todo de ella. Dos
horas a la semana fueron suficientes para descifrarla. Obediente, puntual,
elegante y gran tomadora de café, eran entre otras sus cualidades. Tenía que
saber más, quería ver mejor y así ayudándome de unos binoculares mi placer se había
ampliado de manera exponencial logrando entender que otra de sus cualidades también
era ser ordenada, su escritorio se veía siempre acomodado y ese portarretratos que
tanto de atemorizaba, mostraba la imagen de una señora mayor.
Mil veces he tratado de cruzar la
entrada de su edifico, los viernes se habían convertido en el momento de la
semana…